domingo, 16 de septiembre de 2007

La palanca de Arquímedes

¡Cuantas veces en la vida tenemos la sensación de trabajar duro sin obtener ningún resultado! Nos sentimos como un borrico dando vueltas a la noria, agotados por el esfuerzo y sin llegar a ningún destino. Se ha dicho que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía y al desánimo; y sin duda así nos sentimos en ocasiones.

¿Podemos salir de esta situación? ¡Sí!: decidiendo que queremos, averiguando como lo podemos conseguir y actuando. Podemos mostrar estas ideas mediante una palanca, gracias a la que podemos mover objetos que por su peso están muy por encima de nuestra capacidad.

La palanca es considerada una de las máquinas simples, consta de una barra rígida que gira libremente alrededor de un punto de apoyo y permite multiplicar la fuerza aplicada a un objeto.



Muy probablemente la palanca fue descubierta y utilizada por el hombre desde los tiempos más remotos. Debemos a Arquímedes de Siracusa (S. III a.C.) el primer estudio riguroso de esta máquina. A él se la atribuye la frase: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” que ilustra la extraordinaria potencia de este concepto.

Al igual que en el uso de la palanca, en los asuntos que nos agobian debemos seguir unos pasos:

  1. Decidir a que objeto vamos a aplicar nuestra fuerza. De nada sirve esforzarse si no tenemos claro nuestros objetivos, nos podemos encontrar trabajando duramente por una meta equivocada. Este es, muchas veces, el primer error: resolver adecuadamente el problema equivocado.
  2. Buscar un punto de apoyo adecuado. Cómo vamos a conseguirlo: ¿Cuáles son nuestras habilidades? ¿Qué ayuda o que consejo podemos recibir de otras personas?
  3. Actuar. Ya hemos decidido lo que queremos, el resultado a alcanzar; ya sabemos, o creemos saber, cómo conseguirlo. ¡Hagámoslo! Sólo pensando en algo no lo conseguiremos, si de verdad queremos lograrlo debemos hacer un esfuerzo por lograrlo.

Y vuelta a empezar.

martes, 11 de septiembre de 2007

Comenzar el día: Hagamos una lista

En ¿Por qué ha de ser bueno madrugar? animábamos a vivir mejor comenzando bien cada día. Lo primero que debemos hacer es descubrir que es exactamente para nosotros comenzar bien el día.

Haga una lista de todas las cosas agradables que va usted a hacer por la mañana, esta lista es algo personal pero puede incluir cosas como:

  1. Bostezar
  2. Desperezarse
  3. Frotarse la cara
  4. Ducharse con lentitud
  5. Aplicarse un crema corporal
  6. Masajearse los pies
  7. Respirar hondo
  8. Hacer gimnasia
  9. Prepararse un zumo de frutas
  10. Desayunar despacio, degustando.
  11. Charlar con nuestra pareja, hijos, etc.
  12. Escuchar música
  13. Leer
  14. Escuchar la radio
  15. Bailar
  16. Contemplar el paisaje
  17. Pasear
  18. Escribir: un diario, una novela…
  19. Elegir la hora de menos tráfico para ir a trabajar
  20. Sonreír

Repásela diariamente y añada nuevas ideas, cierre los ojos y dedique unos minutos a visualizarse disfrutando de un buen comienzo del día. Haga esto diariamente, al menos durante una semana. Un buen momento puede ser antes de acostarse: busque un lugar tranquilo y dedique diez minutos a este ejercicio.

Sólo cuando sepamos claramente que es para nosotros comenzar bien el día y seamos capaces de imaginarnos a nosotros mismos haciéndolo, tendremos la suficiente fuerza y motivación para alcanzarlo.

¿Por qué ha de ser bueno madrugar?

Madrugar por madrugar es una idea algo tonta, estamos más a gusto en la cama. ¿Quién puede pensar que esto sea bueno? Les recomiendo que no madruguen mientras no encuentren poderosas razones para hacerlo. Creo que es un error proponerse como objetivo madrugar, sobre todo si lo vemos como un suplicio. ¿O es que queremos torturarnos para hacer penitencia? Debemos ahorrar nuestras energías para algo que no nos haga daño y sea provechoso.


El objetivo debería ser vivir mejor y, como un aspecto de una vida mejor, empezar bien cada día.

Pensemos un momento como comenzamos el día: suena el despertador, proferimos una maldición, apagamos el despertador; nos damos la vuelta en la cama, vuelve a sonar el despertador, lo apagamos de un manotazo, nos volvemos a dormir; abrimos un ojo, comprobamos que es tarde, nos incorporamos con dificultad, nos duele la cabeza; nos levantamos, vamos dando tumbos hasta el baño, nos aseamos con prisa; abrimos el armario y vamos buscando algo que ponernos a pesar de no tener todavía la cabeza de pensar; no recordamos donde pusimos los zapatos, por fin los encontramos y están sucios, los limpiamos apresuradamente con un calcetín; tomamos un café de pié mientras buscamos las gafas, las llaves, el teléfono móvil, la cartera…; salimos corriendo de casa, perdemos el autobús, maldecimos del tráfico, y llegamos tarde y cabreados a trabajar. Esta es una forma de comenzar el día pero creo que nadie duda de que existan otras mejores.


Imaginemos otra forma de comenzar: me despierto y siento el aire fresco de la mañana en la cara, me incorporo despacio y me quedo sentado; empiezo a desperezarme, a estirarme, me froto la cara con las manos, me vuelvo a estirar, me tomo un tiempo para sentir como mi cuerpo se tonifica; permanezco bajo la ducha unos minutos mientras me siento cada vez mas despejado, termino de arreglarme sin prisas; me visto con la ropa que dejé anoche preparada; me siento y tomo un desayuno nutritivo, como despacio y disfruto; cojo la cartera, las llaves y una carta que he de enviar por correo (todo esto me lo encuentro al lado de la puerta de casa); me voy al trabajo sin prisas y a la hora que he comprobado que hay menos atasco; como llego con tiempo de sobras, me doy un paseo de unos minutos y llego mi trabajo puntual y optimista. No creo que nadie dude que esta sea una mejor forma de comenzar el día.

Si creemos que nuestra forma de comenzar el día requiere una mejora, pongámonos a ello: puede que necesitemos levantarnos un poco más temprano hacerlo.

No se trata de madrugar sino de tener un buen día comenzándolo bien.